martes, 18 de octubre de 2011

Profundas Vidas


Querían hablarle pero él no las entendió, le susurraban cosas al oído, se le acercaban, pero no lo tocaban.
Le pedían auxilio, amor, comida, paz, pero él no lo sabía. Su idioma era raro, una especie de castellano deformado por el arrastre de ciertas letras provenientes de algún suburbio alemán.
Además susurraban y el no llegaba ni a entender ni a escuchar, sintió un poco de miedo pero al ver que eran indefensas (o eso creía), y que con solamente sacar la cabeza del agua o llegar al final de la pileta todo desaparecía y volvía a la normalidad.
Si realmente era normal esa pileta llena de gorros con cabezas que entran y salen del agua, brazos que aparecen y desaparecen golpeando el agua como si fuera peso muerto, la normalidad de ver señoras de mediana edad hacer movimientos imposibles fuera del agua.
Pero esa era su realidad y necesitaba esa rara paz que se encuentra en una pileta llena de gorros y movimientos.
Esa paz mental como la que tiene ahora Julio mientras nadaba de acá para allá, respirando o no, luchando o no contra su cabeza o esas criaturas.
Podríamos describir a esas criaturas como figuras anteriores a la humanidad o la humanidad involucionada, con un aspecto peludo de barbas, bigotes y uñas largas, muchos de ellos castaños o blancos, dependiendo de los años, con ropas raídas pero que aun seguían cumpliendo su función.
El, además pensaba en la posibilidad de conocerlos, de saber de su mundo, de salvarlos.
Julio tenía ese héroe dentro que nunca dejaba salir, un héroe cobarde, pero lleno de ganas. Un héroe mortal, de esos que sí temen arriesgar su vida, un héroe minimo.
Acaso ayudar a una señora a cruzar la calle, o al ciego, o darle una frazada al hombre de la esquina, comprarle un sándwich al nene de enfrente. Julio era de esos héroes baratos.
Quería salvar al mundo y a su gente pero no sabía por dónde empezar y ahí se desanimaba y no empezaba, abandonaba antes de arrancar.
Era un héroe en su cabeza, pero nadie nunca lo supo ni lo valoro, nunca fue el valiente Julio ni salió en las tapas de los diarios ni en las noticias del ayer.
Ya hace dos meses que Julio oía y sentía a esas criaturas, por suerte siempre lo dejaban salir y aunque tenía cierto miedo nunca se lo conto a nadie.
La mañana veraniega llego y junto a ella, nuevas criaturas, estas tenían cierto parecido con otras caras que él había visto, sentía que esos ojos, todavía azules, de esa mujer que le pedía cariño también los había visto en algún lugar hace poco.
El era de esos que creía que no había un par de ojos iguales en ningún lugar, ninguna mirada era igual a otra, el aseguraba que los únicos ojos iguales que existían eran los de los enamorados, podían ser pardos o claros, no importaba, esos ojos, esa mirada cuando se producía era la misma, los mismos ojos, el mismo amor, pero como todo, la mirada dura, lo que el amor.
Y ahí se encontraba de vuelta el, mirando esos ojos, esas nuevas criaturas, Se fue pensando en eso, y volvió caminando a su casa donde vio carteles de una mujer de tez blanca, treinta años, no había vuelto a casa, la policía y el estado no podían ser, esa era otra época, por suerte pasado.
Pero esos ojos.

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